Por Martín Sabbatella
La muerte de Néstor Kirchner nos invade de dolor. Se fue dejando un inmenso vacío, tan profundo como la huella que deja su paso por nuestra historia; esa historia que recorrió con protagonismo transformador, con el compromiso militante de los hombres y mujeres que no sólo merecen el recuerdo de sus contemporáneos, sino que trascienden en la memoria popular durante décadas por su lucha a favor de una sociedad de derechos para todos y todas.
Hay al menos dos formas de dimensionar el aporte de este gran dirigente a nuestra historia. La primera es a través del repaso de la etapa inaugurada el 25 de mayo de 2003, que puso fin al reinado del paradigma neoliberal, cuando asumió la Presidencia de la Nación luego de la crisis económica, social, política e institucional. Desde entonces, con los pliegues e imperfecciones de cualquier proceso transformador, la agenda instalada por Kirchner fue rupturista, rompió el molde y puso a Argentina de cara a un horizonte de mayor igualdad y justicia.
Sin pretender abarcar todas las características de esta etapa, y soslayando adrede las observaciones que hicimos en diversas ocasiones, no tengo dudas de que Kirchner entra en las páginas importantes de nuestra historia, entre otros aspectos, por la política de derechos humanos, de recuperación de la memoria colectiva y de juicio y castigo a los responsables del terrorismo de Estado; por el impulso a la integración regional desde una perspectiva latinoamericana y popular, poniendo el acento tanto en las posibilidades de crecimiento equitativo de las naciones del Cono Sur como en los valores de solidaridad, de afianzamiento cultural, de justicia social y de defensa de la soberanía de los pueblos; por la integración de la Corte Suprema con jueces de reconocida trayectoria, capacidad e independencia, electos con procedimientos absolutamente transparentes; por el cierre de una era de intervención promiscua y perjudicial de los organismos financieros internacionales sobre las políticas económicas de la Nación, mediante la generación de equilibrio fiscal sin ajuste y a través de acciones de desendeudamiento; por la estatización y la extensión del sistema jubilatorio a casi dos millones y medio de personas más y el establecimiento de un mecanismo de actualización semestral; por la vuelta del Consejo del Salario y la apertura de paritarias para fijar los haberes de los trabajadores y trabajadoras; por la implementación de la asignación que incorpora a millones de niños y niñas como sujetos de un derecho que sólo alcanzaba a los hijos e hijas de trabajadores en blanco; por el desarrollo de obra pública en salud, educación, caminos e infraestructura de servicios en territorios históricamente postergados, incluyendo una política de urbanización de villas y barrios donde residen familias de escasos ingresos; y, sin dudas, por la democratización de la palabra, a través del impulso de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que vino a saldar una deuda histórica arrastrada desde principios de la dictadura militar y que había derivado en la consolidación de poderosos multimedios informativos y el cercenamiento de la libertad de cientos de miles de opiniones.
Estas y muchas otras medidas que se impulsaron desde 2003 dan cuenta del inicio de una etapa histórica cuyas contradicciones no opacan la evidente voluntad de Néstor Kirchner por orientar el país en un nuevo camino, enfrentando las políticas neoliberales que durante décadas hundieron a Argentina y la región en la más profunda desigualdad.
La otra forma en la que, creo, se puede dimensionar el aporte de Kirchner y su ingreso en las páginas más importantes de nuestra historia es en los rostros de quienes expresaron su dolor durante esta última semana, de los miles y miles que caminaron durante horas para pasar unos minutos frente al féretro a darle el último adiós a Néstor y alentar a Cristina; de los muchos y las muchas que salieron a la calle, que se juntaron en Plaza de Mayo y en decenas de espacios públicos de todo el país; en quienes formaron verdaderos ríos de amor y lágrimas junto al recorrido que hizo el cortejo hasta su destino último en Santa Cruz. En el llanto de las mujeres, de los niños, de los jóvenes, de los trabajadores, de los estudiantes; en la angustia plural y masiva que estalló ante la noticia o en el canto y el compromiso solidario de cientos de miles que intentaron abrazar a la presidenta de la Nación en este momento difícil.
Kirchner fue un dirigente que marcó un rumbo distinto en nuestro país, que hizo mucho por recuperar el valor de la política, que se esforzó en correr el límite de lo posible. Fue un gran hombre y un político que va a ser recordado por su militancia, por su compromiso, por su voluntad transformadora. Un dirigente que con enorme coraje y valentía puso el cuerpo hasta sus últimos días luchando por un país más justo y solidario.
Por todo ello, además de expresar la gran conmoción que nos produjo su muerte, desde el Encuentro queremos reafirmar nuestro compromiso y nuestro apoyo a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Es más que el abrazo imprescindible en este momento doloroso. Es la ratificación del compromiso político con la defensa y la profundización de ese rumbo, y con la construcción de una fuerza política nacional y popular que continúe trabajando por edificar la Patria más justa, democrática, para todos y todas.
Por todo ello, además de expresar la gran conmoción que nos produjo su muerte, desde el Encuentro queremos reafirmar nuestro compromiso y nuestro apoyo a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Es más que el abrazo imprescindible en este momento doloroso. Es la ratificación del compromiso político con la defensa y la profundización de ese rumbo, y con la construcción de una fuerza política nacional y popular que continúe trabajando por edificar la Patria más justa, democrática, para todos y todas.
Seguiremos siendo parte de esta tarea. Queremos decirle a la Presidenta que cuenta con nosotros.